jueves, 4 de julio de 2013

Un invierno en la playa, la fórmula del best-seller

“Recuerdo que solo mirarla me dolía”, comenta la voz en off de Rusty (Nat Wolff) nada más empezar Un invierno en la playa (Stuck in Love, 2012). Más adelante, William (Greg Kinnear), su padre, le dirá que es un gran comienzo para una novela, que tiene gancho. Y puede que se trate de una frase de la que hemos oído ya mil variantes en cualquier libro, sin que sea necesariamente bueno, pero no podemos quitarle la razón. Stephen King –con un pequeño cameo en la cinta–, Dan Brown, J.K. Rowling o Stephenie Meyer no tendrán el mismo talento para la literatura, pero coinciden en un aspecto: saben lo que quiere el público y se lo ofrecen. Muchos pondrán en tela de juicio la calidad de sus obras, pero no se puede negar que han dado con la fórmula del éxito (algo que en la actualidad pocos autores consiguen).

Un invierno en la playa tiene, al igual que las novelas de los susodichos y que la frase con la que arranca, todos los ingredientes para agradar al público: toques de comedia, melodrama y el punto suficiente de amargura en los conflictos como para que no resulte empalagosa. La película nos presenta a los Borgens, una familia de escritores. El padre, William, ha ganado varios premios y desde que eran pequeños ha tratado de inculcar a sus hijos la pasión por la escritura. Con mucho éxito, pues tanto Rusty como Samantha (Lily Collins) se dedican a escribir como él, y la segunda está a punto de publicar su primera novela cuando comienza la trama. Erica (Jennifer Connelly), la madre de éstos, dejó hace unos años a William por otro hombre, y él no ha podido superarlo desde entonces, más allá de un par de encuentros sexuales con la vecina (Kristen Bell).

El reparto, que completan Logan Lerman y Liana Liberato como Lou y Kate, los intereses románticos de los hijos de los Borgens, está más que correcto. Destacaría a una sorprendente Lily Collins, pero hasta secundarios de menos peso como Lerman y Bell están bien. Como en todo drama familiar, los personajes deben tener personalidades suficientemente distintas como para chocar, pero al mismo tiempo dar el pego como gente de la misma sangre. En este sentido, Josh Boone acierta en su ópera prima, dibujando a unos personajes que, aunque no son el colmo de la originalidad ni se enfrentan a conflictos especialmente novedosos, tampoco se limitan a representar estereotipos y son verosímiles.

Es la falta de originalidad el principal punto flaco de Un invierno en la playa, que como los buenos best-sellers se disfrutan rápido y se olvidan casi a la misma velocidad. Boone tiene buen pulso manejando las historias, que se suceden a un buen ritmo, y los personajes se entrecruzan de manera muy orgánica, pero a la hora de la verdad resulta decepcionante que todas y cada una de las tramas acaben como estaba previsto al principio y que la puesta en escena sea correcta pero en absoluto novedosa. No experimenta con la cámara ni abusa de los giros, y el resultado final es una película disfrutable (con unos personajes con los que se conecta fácilmente) pero de ningún modo imprescindible.

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