“Recuerdo que solo mirarla me dolía”,
comenta la voz en off de Rusty (Nat Wolff) nada más empezar Un invierno en la playa (Stuck
in Love, 2012). Más adelante,
William (Greg Kinnear), su padre, le dirá que es un gran comienzo
para una novela, que tiene gancho. Y puede que se trate de una frase
de la que hemos oído ya mil variantes en cualquier libro, sin que
sea necesariamente bueno, pero no podemos quitarle la razón. Stephen
King –con un pequeño cameo en la cinta–, Dan Brown, J.K. Rowling
o Stephenie Meyer no tendrán el mismo talento para la literatura,
pero coinciden en un aspecto: saben lo que quiere el público y se lo
ofrecen. Muchos pondrán en tela de juicio la calidad de sus obras, pero no se
puede negar que han dado con la fórmula del éxito (algo que en la
actualidad pocos autores consiguen).
Un invierno en la playa
tiene, al igual que las novelas de los susodichos y que la frase con
la que arranca, todos los ingredientes para agradar al público:
toques de comedia, melodrama y el punto suficiente de amargura en los
conflictos como para que no resulte empalagosa. La película nos
presenta a los Borgens, una familia de escritores. El padre, William,
ha ganado varios premios y desde que eran pequeños ha tratado de
inculcar a sus hijos la pasión por la escritura. Con mucho éxito,
pues tanto Rusty como Samantha (Lily Collins) se dedican a escribir
como él, y la segunda está a punto de publicar su primera novela
cuando comienza la trama. Erica (Jennifer Connelly), la madre de
éstos, dejó hace unos años a William por otro hombre, y él no ha
podido superarlo desde entonces, más allá de un par de encuentros
sexuales con la vecina (Kristen Bell).
El
reparto, que completan Logan Lerman y Liana Liberato como Lou y Kate,
los intereses románticos de los hijos de los Borgens, está más que
correcto. Destacaría a una sorprendente Lily Collins, pero hasta
secundarios de menos peso como Lerman y Bell están bien. Como en
todo drama familiar, los personajes deben tener personalidades
suficientemente distintas como para chocar, pero al mismo tiempo dar
el pego como gente de la misma sangre. En este sentido, Josh Boone
acierta en su ópera prima, dibujando a unos personajes que, aunque
no son el colmo de la originalidad ni se enfrentan a conflictos
especialmente novedosos, tampoco se limitan a representar
estereotipos y son verosímiles.
Es la
falta de originalidad el principal punto flaco de Un
invierno en la playa, que como
los buenos best-sellers
se disfrutan rápido y se olvidan casi a la misma velocidad. Boone
tiene buen pulso manejando las historias, que se suceden a un buen
ritmo, y los personajes se entrecruzan de manera muy orgánica, pero
a la hora de la verdad resulta decepcionante que todas y cada una de
las tramas acaben como estaba previsto al principio y que la puesta
en escena sea correcta pero en absoluto novedosa. No experimenta con
la cámara ni abusa de los giros, y el resultado final es una
película disfrutable (con unos personajes con los que se conecta
fácilmente) pero de ningún modo imprescindible.
por Diego Martínez
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