En 2012 se estrenaron en nuestro país
un par de películas sin demasiadas pretensiones que lograban, por
unos u otros motivos, conectar con el espectador y convertirse en
inolvidables. Intocable
(Oliver Nakache y Eric Toledano, 2011) resultó ser la película
francesa más taquillera de la historia en España, y funcionaba
porque la química entre los dos actores (François Cluzet y Omar Sy)
era auténtica y sus personajes, aunque estaban escritos para caernos
bien, no eran simpáticos de manera obvia. Las sesiones (Ben Lewin, 2012) se estrenó en Sundance y aun así logro trascender y
colar a Helen Hunt y John Hawkes en las candidaturas de premios
importantes, pues los personajes de ambos suponían un riesgo
interpretativo y la cinta no renunciaba a mostrar escenas incómodas
por miedo a desagradar al gran público.
Con
estos dos antecedentes, cuando oí de la existencia de Un amigo para Frank (Robot
& Frank),
una pequeña película que había ganado el Premio del Público en el
festival de Sitges, supuse que los tiros irían por ahí, y que sin
ser una revelación cinematográfica estaríamos al menos ante una
película muy simpática con buenas interpretaciones. Sin embargo, no
podía estar más equivocado.
Al
fin y al cabo, las historias de Intocable
y
Las sesiones
no solo relataban una amistad, sino que tocaban otros temas
(discapacidad, desigualdades sociales, racismo), y aunque pudiera
parecer que Un
amigo para Frank iba
a adentrarse en tópicos como la identidad de las máquinas o hasta
qué punto éstas pueden suplantar a otro ser humano –un tema que
se ha tocado infinidad de veces pero que casi siempre funciona–, lo
cierto es que no lo hace. El robot de esta película “futurista”
no es más que eso, un robot. Una inteligencia artificial programada
para realizar una serie de tareas, eliminando así un enorme abanico
de posibilidades.
De esta manera,
Un amigo para
Frank se
convierte en uno de tantos relatos sobre la crueldad y la amargura de
la vejez, y aunque Frank Langella está más que correcto en su
interpretación, la cinta se queda bastante corta en este aspecto en
su lucha por ser siempre agradable. Al no ser el robot un ser vivo,
la “amistad” que el título español nos vende no es tal, y la
dinámica entre éste y Frank deja de ser divertida a los 15 minutos.
Ese es el peor de los defectos de la película, que no es entretenida
y que, además, los conflictos que se desatan a diez minutos del
final se ven venir casi desde el principio de la película (el mismo
guión lo anticipa a través de los diálogos).
Si
hay algo rescatable en la película de Jake Schreier, un director
novel que se presenta con una puesta en escena convencional a más no
poder, es la subtrama de la biblioteca. La inutilidad de un edificio
que albergue libros cuando existen las bases de datos que almacenan
el texto en formato digital es la trama mejor llevada de la película,
aunque también se quede un poco a medias. Además, es Susan Sarandon
la encargada de dar vida a la bibliotecaria, y la relación de ésta
con Frank es bastante más interesante que la de él con su robot.
Esta subtrama será, además, la única que tenga un giro
medianamente sorprendente de cara al final.
Sin
embargo, esta historia de un anciano cuyos hijos dejan al cuidado de
un robot es bastante prescindible y en ningún momento da la
sensación de que esté aportando nada nuevo. El tedio con el que
transcurre la trama contrasta con un final apresurado; demasiado, en
realidad, pues impide cualquier tipo de emoción por parte del
espectador, que ve cómo los momentos pretendidamente emotivos pasan
ante sus ojos sin tener tiempo para asimilarlos. Y que una película
con tan pocas pretensiones como Un amigo para Frank sea decepcionante es bastante triste.
0 comentarios:
Publicar un comentario