domingo, 16 de junio de 2013

"Un amigo para Frank", simpatía de manual

En 2012 se estrenaron en nuestro país un par de películas sin demasiadas pretensiones que lograban, por unos u otros motivos, conectar con el espectador y convertirse en inolvidables. Intocable (Oliver Nakache y Eric Toledano, 2011) resultó ser la película francesa más taquillera de la historia en España, y funcionaba porque la química entre los dos actores (François Cluzet y Omar Sy) era auténtica y sus personajes, aunque estaban escritos para caernos bien, no eran simpáticos de manera obvia. Las sesiones (Ben Lewin, 2012) se estrenó en Sundance y aun así logro trascender y colar a Helen Hunt y John Hawkes en las candidaturas de premios importantes, pues los personajes de ambos suponían un riesgo interpretativo y la cinta no renunciaba a mostrar escenas incómodas por miedo a desagradar al gran público.

Con estos dos antecedentes, cuando oí de la existencia de Un amigo para Frank (Robot & Frank), una pequeña película que había ganado el Premio del Público en el festival de Sitges, supuse que los tiros irían por ahí, y que sin ser una revelación cinematográfica estaríamos al menos ante una película muy simpática con buenas interpretaciones. Sin embargo, no podía estar más equivocado.

Al fin y al cabo, las historias de Intocable y Las sesiones no solo relataban una amistad, sino que tocaban otros temas (discapacidad, desigualdades sociales, racismo), y aunque pudiera parecer que Un amigo para Frank iba a adentrarse en tópicos como la identidad de las máquinas o hasta qué punto éstas pueden suplantar a otro ser humano –un tema que se ha tocado infinidad de veces pero que casi siempre funciona–, lo cierto es que no lo hace. El robot de esta película “futurista” no es más que eso, un robot. Una inteligencia artificial programada para realizar una serie de tareas, eliminando así un enorme abanico de posibilidades.

De esta manera, Un amigo para Frank se convierte en uno de tantos relatos sobre la crueldad y la amargura de la vejez, y aunque Frank Langella está más que correcto en su interpretación, la cinta se queda bastante corta en este aspecto en su lucha por ser siempre agradable. Al no ser el robot un ser vivo, la “amistad” que el título español nos vende no es tal, y la dinámica entre éste y Frank deja de ser divertida a los 15 minutos. Ese es el peor de los defectos de la película, que no es entretenida y que, además, los conflictos que se desatan a diez minutos del final se ven venir casi desde el principio de la película (el mismo guión lo anticipa a través de los diálogos).

Si hay algo rescatable en la película de Jake Schreier, un director novel que se presenta con una puesta en escena convencional a más no poder, es la subtrama de la biblioteca. La inutilidad de un edificio que albergue libros cuando existen las bases de datos que almacenan el texto en formato digital es la trama mejor llevada de la película, aunque también se quede un poco a medias. Además, es Susan Sarandon la encargada de dar vida a la bibliotecaria, y la relación de ésta con Frank es bastante más interesante que la de él con su robot. Esta subtrama será, además, la única que tenga un giro medianamente sorprendente de cara al final.

Sin embargo, esta historia de un anciano cuyos hijos dejan al cuidado de un robot es bastante prescindible y en ningún momento da la sensación de que esté aportando nada nuevo. El tedio con el que transcurre la trama contrasta con un final apresurado; demasiado, en realidad, pues impide cualquier tipo de emoción por parte del espectador, que ve cómo los momentos pretendidamente emotivos pasan ante sus ojos sin tener tiempo para asimilarlos. Y que una película con tan pocas pretensiones como Un amigo para Frank sea decepcionante es bastante triste.

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